“Veinticinco años luchando, aprendiendo y superando obstáculos. ¡Ahora faltan sólo 81 (77 hoy) días para lograrlo! Vamos juntos y con nuestro candidato”, se explayó María Corina Machado tras dos jornadas históricas en el depauperado estado andino de Trujillo, otrora chavista. La líder opositora emergió de entre las entrañas de una multitud nunca vista antes, decenas de miles de ciudadanos emocionados, que en cada esquina o paso de rutas de la Venezuela profunda lloraban o rezaban cuando la veían aparecer vestida con camiseta blanca y jeans. Como si fuera una de ellos.
En cada uno de sus discursos, Machado repite la misma pasión que empleó para encararse a Hugo Chávez en la Asamblea Nacional bajo control revolucionario. Eran otros tiempos, hace 12 años, cuando ya era la diputada más votada del país y el “comandante supremo” se despachaba con el famoso “águila no caza moscas” para proseguir su monólogo inacabable.
De aquella voz férrea del antichavismo, la dama de hierro criticada por otros sectores opositores por su “radicalidad”, ha surgido la protagonista de un hito político que parecía imposible. Su desafío al frente de un pueblo, que ha cambiado la rendición por la esperanza, mantiene en alerta al resto del continente, incluso ha obligado a los antiguos aliados de Nicolás Maduro, como Brasil y Colombia, a exigir garantías electorales.
El grito de libertad y la necesidad imperiosa de una transición han calado como agua de lluvia en el sentimiento nacional, avalados también por la legitimidad de origen procedente de su aplastante victoria, con el 92,6% de los sufragios, en las elecciones primarias del año pasado. Pero si hay una bandera que se ha convertido en poderoso motor del cambio esa es la del regreso a casa de los venezolanos obligados a huir de su país. “Los vamos a traer de vuelta, a tus hijos y a los míos; a tu familia y a la mía”, promete María Corina en cada rincón del país. Las cifras dimensionan el poder de esta promesa: la diáspora está conformada por casi 9 de los 31 millones de venezolanos.
Como si fuera una partida de ajedrez de un tablero global, donde Maduro cuenta con la protección de rusos, iraníes, chinos y cubanos, Machado ha tomado la iniciativa estratégica y no la abandona: sus piezas van siempre por delante y a la ofensiva. La misma que puso en marcha hace un año en la precampaña de las primarias, donde demostró estar situada en posiciones más avanzadas en temas morales que la mayoría de sus rivales. Los 2,3 millones de votantes no sólo la apoyaron por mantenerse firme ante el chavismo; también castigaron a los partidos tradicionales.
La madurez personal y política, cercana hoy a un centro liberal, de Machado, de 56 años, se pone a prueba cada día, incluso en situaciones tan adversas como el encarcelamiento y la persecución de su círculo más cercano, mucho más que compañeros de lucha. A todos ellos, en su fuero interno, les reconforta saber que Cori, como llaman a la jefa, “tiene palabra”: siempre ha demostrado una lealtad a prueba de bombas bolivarianas.
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