Muchos recordamos aquel fatídico 13 de mayo de 1981, cuando la Plaza de San Pedro del Vaticano se convirtió en escenario de un escalofriante suceso. El papa Juan Pablo II fue herido de bala en plena procesión, un hecho que no solo impactó profundamente a la Iglesia católica y sus fieles, sino que también transformó radicalmente las medidas de seguridad en torno a la Santa Sede. Desde ese instante, la cercanía del público al Pontífice se redujo drásticamente y el emblemático «papamóvil» se convirtió en un símbolo de protección.
Los humildes orígenes de un agresor inesperadoPero, ¿quién era el hombre detrás de este atentado? Mehmet Ali Agca nació en 1958 en un suburbio de Malatya, Turquía, en el seno de una familia de escasos recursos.

Su infancia estuvo marcada por el trabajo arduo, vendiendo agua y recogiendo carbón. Sin embargo, su camino se torció al caer en malas compañías, forjándose en las pandillas callejeras donde sus actividades delictivas escalaron desde pequeños hurtos hasta el tráfico de drogas.
Un adiestramiento peligroso y un primer asesinato
Su personalidad se endureció aún más tras recibir entrenamiento militar por parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Durante dos meses, aprendió el manejo de armas y tácticas terroristas en Siria.
Al regresar, se unió a los Lobos Grises, una organización de extrema derecha vinculada a un partido político que protagonizó un golpe militar en Turquía. Su carrera criminal continuó en ascenso, culminando con el asesinato del periodista liberal turco Abdi Ipekci en 1979, crimen por el que fue detenido pero del que logró una increíble fuga de una prisión de alta seguridad.

Una fuga imposible y un destino final: El Vaticano
Durante más de dos años, Agca eludió la justicia con astucia, falsificando documentos y cambiando de apariencia para cruzar múltiples países europeos sin ser detectado. Todo indicaba que contaba con ayuda externa. Sin embargo, su periplo llegó a su fin en el corazón del Vaticano.
A las 17:19 horas del 13 de mayo de 1981, mientras Juan Pablo II saludaba a la multitud, Mehmet Ali Agca concretó su plan. Llegó a Roma desde Milán, donde le esperaban cómplices. Su objetivo era claro: matar al Papa. En medio de la multitud, simulando escribir postales, Agca disparó su pistola Browning.
Cuatro balas alcanzaron al Pontífice, hiriéndolo gravemente en el abdomen, además de lesionar a otras dos personas.
La rápida reacción de los testigos impidió una tragedia mayor, y Agca fue capturado por el jefe de seguridad del Vaticano. En su bolsillo, una nota revelaba una motivación política ligada al «imperialismo».