La escasez de alimentos que imperó desde 2013 hasta 2018 impactó severamente en los venezolanos. Era muy común ver a ciudadanos con ropas holgadas y con bajo peso. Hoy en día, la situación es otra, pues los mercados están repletos de productos, pero sus pasillos están vacíos de compradores que no tienen recursos para adquirir la cesta básica.
En este contexto aparecen dos nuevos problemas: la malnutrición y la anemia. Pese a que muchos han recuperado su peso, esa ganancia es producto de una dieta rica en carbohidratos y pobre en proteínas.
Según datos de Cáritas, 23 % de los niños menores de 6 años están desnutridos; 28,1 % tiene retraso de crecimiento y un estimado de 38 % tiene niveles bajo de hemoglobina.
Lo suficiente para saciar el hambre
Una taza de arroz con caraota es lo que tiene una familia en el sector de El Jebe, del estado Lara. Tanto el padre como la madre sacrifican su cena para que sus hijos de 4 años y 16 meses puedan dormir con el estómago lleno, una historia que se repite día tras día.
Cruz Aguero González es otro venezolano que sufre por la crisis. Este anciano tiene una vianda con unas cuantas cucharadas de arroz, un pedacito de plátano sancochado y una catalina, elementos que sustituyen en vano su necesidad proteica, pero al menos le ayudan a superar el hambre.
Ruy Medina, exdirector regional de Salud, alertó que este tipo de dieta forzada puede producir deficiencias en el sistema inmunológico, debilidad, pérdida de memoria y bajo rendimiento físico y mental.
Estos síntomas repercuten gravemente en el plano educacional y laboral, afectando a la sociedad y su desarrollo, por lo que debe ser política de Estado garantizar una alimentación balanceada.
Con información de La Prensa Lara
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