El chavismo es un proyecto hegemónico cuyo objetivo fundamental es la conservación del poder. Todo proyecto tiene un cómo y un porqué. El cómo del chavismo no inicia en 1998, sino muchos años atrás, cuando un grupo de jóvenes militares comenzó a conspirar contra la democracia venezolana y decidió atentar en dos oportunidades contra la institucionalidad y el orden constitucional vigente. Lamentablemente para el chavismo y afortunadamente para los venezolanos, los golpistas no lograron hacerse con el poder por la vía militar, pero, lejos de abandonar sus planes, cambiarían simplemente de estrategia para volver años más tarde con el mismo objetivo revestido de métodos diferentes.
Sin duda, el fracaso de la insurrección fue una gran derrota para el chavismo. Significaba no solo recalcular los tiempos, sino también jugar con las reglas de la democracia representativa, poco menos que el diablo para los líderes de aquel movimiento encabezado por el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Aunque se trataba de un juego difícil, era necesario para el fin último del movimiento: llegar a Miraflores, esta vez no como sea, sino a través de elecciones libres y competitivas. Hasta entonces, la vilipendiada democracia venezolana había garantizado la alternabilidad, y Chávez lo entendió así. Por su parte, la clase política venezolana, impulsada por la experiencia de la pacificación de la década de los sesenta y el clamor popular que pedía liberar a los golpistas, creyó que era preferible tenerlos haciendo política que conspirando en los cuarteles, razón por la cual no solo los liberó, sino que también los dejó competir a pesar de haber atentado contra la democracia.
Una vez en el poder, el chavismo marcó desde sus inicios lo que sería su forma de gobernar, configurando un modelo de Estado-partido que acabaría con el sistema de elecciones competitivas que había conocido el país con la llegada de la democracia. Aunque nunca han existido condiciones ideales para enfrentar al chavismo electoralmente, lo que sucede en la actualidad no tiene punto de comparación y responde, por una parte, a la realidad electoral de Nicolás Maduro, quien nunca fue popular, contrariamente a Chávez; y por otra, a la génesis del chavismo como proyecto hegemónico. El resultado de todo eso nos lleva a la elección menos competitiva de los últimos veinticinco años.
El desafío de la oposición venezolana es aprovechar la rendija electoral que se les presenta el 28 de julio para derrotar al proyecto hegemónico chavista. Algo que no es tan fácil como salir a votar y que exige un nivel de organización superior que permita sortear cada uno de los obstáculos presentes y por venir, pero que, sobre todo, permita la defensa del voto el día de los comicios. El liderazgo de María Corina Machado ha sido importantísimo en este sentido, estando al frente de un movimiento que le ha devuelto la esperanza y las ganas de luchar al venezolano. No es poca cosa; para ganar primero hay que creérselo y, entre el venezolano común, el sentimiento de triunfo está cada vez más presente, conscientes, sin embargo, de que no nos regalarán la victoria y que habrá que pelearla hasta el final.
Brian Fincheltub
SuNoticiero