Cuando el pasado 31 de mayo aterrizó en Damasco un Airbus A340 de la estatal venezolana Conviasa, Caracas se convirtió en la única ciudad del continente americano en contar con un vuelo directo hacia la capital de Siria.
Luego de años de una brutal guerra civil, cuyos excesos derivaron en numerosas sanciones que aislaron al gobierno del presidente Bashar al Asad, las conexiones de Siria con el mundo son muy reducidas.
Apenas un puñado de países tiene vuelos directos con Damasco, y Venezuela es el más lejano.
El establecimiento de esta conexión no es del todo novedoso, pues originalmente se instauró en 2007 como parte de una ruta semanal Caracas – Damasco – Teherán, impulsada en el marco de la alianza que entonces estaba forjando el fallecido mandatario Hugo Chávez con Bashar al Asad y con el entonces mandatario iraní Mahmoud Ahmadineyad.
Esos vuelos se suspendieron a inicios de 2012 y resurgen ahora en un momento en el cual tanto Al Asad como Nicolás Maduro parecen haber sorteado las presiones internas y externas que amenazaban con sacarlos del poder y aparentemente comienzan a reintegrarse en escenarios internacionales, de los que estuvieron excluidos durante años.
El reinicio de esta ruta es también fruto de la decisión de ambos gobiernos de fortalecer las relaciones bilaterales que han hecho de Venezuela el principal aliado de Siria en América Latina.
¿Pero qué logra el presidente Maduro al impulsar una alianza con el gobierno de un país tan lejano, cuestionado internacionalmente, empobrecido y que nunca ha ocupado un lugar destacado en la agenda comercial de Venezuela?
Empezemos primero con un poco de historia.
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