Cada 12 de junio se conmemora el Día Mundial contra esta práctica, una fecha que sirve para denunciar a quienes explotan a los menores y repensar las políticas para combatirlo.
Vendiendo dulces en los semáforos, lavando vehículos, ayudando a cargar las bolsas de mercado, trabajando en textiles o ejerciendo labores domésticas. Esas son las principales actividades que realizan algunos niños migrantes venezolanos en Colombia para ganar un poco de dinero y subsistir.
Sin saberlo, ellos pierden sus derechos fundamentales: el derecho a estudiar, a comer, a tener una vivienda digna e incluso uno muy importante para ellos, el derecho a jugar. Bien sea por ausencia de sus padres o por querer ayudar a la familia, estos niños se entregan al sol y al asfalto.
De acuerdo con el Bienestar Familiar, actualmente están abiertos 98 casos de protección de niños migrantes relacionados con trabajo infantil. La mayoría son respecto de niños entre 6 y 11 años (50), por encima de los creados respecto de niños entre 12 y 17 (44). Incluso, hay 4 casos de niños trabajadores menores de 5 años.
Para la psicóloga Paola Díaz, las etapas de desarrollo de los seres humanos están limitadas por condiciones psicobiológicas, por lo que un niño no está preparado para asumir un trabajo o decidir si debe o no ayudar a su familia a obtener mayores ingresos. A eso se le suma el impacto que tienen en estos niños la violencia o, en muchos casos, el abandono.
“El que un niño sea expuesto a un trabajo o que termine trabajando por la necesidad puede atropellar su proceso de interacción y su capacidad de disfrute, porque el niño -por sus propias condiciones- está dispuesto al juego y a aprender a través del juego. El no vivir esa etapa puede llenarlo de frustración y tristeza”, explicó Díaz.
En este sentido, la familia cumple un papel fundamental para promover un desarrollo sano y coherente en cualquier menor de edad. “A nivel familiar puede haber mucha culpa, frustración y hasta miedo, porque poner a un niño a trabajar puede exponerlo a muchas cosas para las que no están preparados”, agregó.
Pero si la familia no cuenta con las herramientas para promover un desarrollo saludable entre los más pequeños, entonces el Estado debe intervenir de alguna manera. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) cuenta con equipos móviles de protección integral para evitar el trabajo infantil y la alta permanencia en la calle.
El equipo está conformado por profesionales en psicología, trabajo social y pedagogía, quienes identifican a los niños, niñas y adolescentes sin importar su nacionalidad para vincularlos a la estrategia y trabajar con ellos y sus familias en la construcción de un proyecto de vida que garantice sus derechos y su buen desarrollo de acuerdo con la etapa del ciclo vital en que se encuentran.
No hay un cómo ni un por qué
De acuerdo con un informe emitido el año pasado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), unos 369.000 menores de edad (entre 5 a 17 años) estaban trabajando en Colombia de octubre a diciembre de 2022.
El 69,5% de esta población eran niños (es decir, 257.000) y el 30,5% eran niñas (113.000). En cuanto a los rangos de edad, la mayor concentración de niños, niñas y adolescentes que trabajaban se identificó en el rango de 15 a 17 años en un 70,1%, mientras que la población de 5 a 14 años se ubicó en un 29,9%.
“No hay un cómo que ayude al niño a tomar una decisión sobre trabajar, porque en un principio esa no es una decisión que un niño deba tomar. Esa decisión estará motivada por las necesidades, pero el niño no debería saber cómo elegir porque no tendría que elegir entre trabajar o no”, añade Díaz.
Las oportunidades laborales de los padres y la estabilidad de los niños dependerá en un principio de la condición en la que los niños venezolanos hayan llegado con sus familias a Colombia. Si entraron al territorio en condición migratoria irregular -como la mayoría de migrantes- esto generará un retraso en el acceso a las ofertas de trabajo y al sistema de salud.
Aunque para el niño venezolano será relativamente fácil adaptarse a Colombia por las similitudes que guarda con Venezuela, Díaz insistió en lo que sienten las personas al dejar su país de origen: “Emigrar es un proceso de desarraigo, en el que salimos de nuestro círculo social que nos arropa, de nuestra rutina. Las consecuencias que esto tendrá dependerá mucho del destino y de la manera en la que se da el proceso migratorio. Emigrar siempre será una especie de duelo”.
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